SOBRE HECHOS PRESENTES EN EL LUGAR. En
este lugar, había un convento. Y una muralla islámica. Aquella muralla
significaba algo para ese convento. Determinaba su morfología y su altura.
Delimitaba sus huertos y jardines. Convivía con un cierto orden, transmitía
sosiego. Ayudaba sin duda a la realización espiritual en su interior. Aquella
muralla aún pervive, y convive con el nuevo espacio urbano de manera un tanto
diferente. Ahora es un elemento exento, rotundo, macizo y delimitador. Pervive
con su textura irregular y su color amarillento.
Las
tapias de los conventos siempre han sido ciegas. Grandes paños de más de 6
metros que eran sutilmente perforados por algunos huecos. Huecos que dejaban
percibir el ancho de la vieja tapia. En ellos, una celosía lo más tupida
posible. Tras ellos, una oscuridad significativa. Tapias simples, blancas.
Quizás por casualidad, un árbol asomaba detrás. Lo único que era diseñado, era
la portada de la Iglesia. Y merecía serlo. Destacaba del conjunto de la
edificación.
Con
el caserío ocurría algo similar. Sus muros eran neutros, de huecos sencillos y,
a veces, grandes. Desprovistos de ornamentos, hacían destacar las edificaciones
señoriales. Aquellas que tenían permitido el uso del color en su fachada.
Proponemos
recurrir a estas ideas o imágenes presentes en el lugar para crear la nueva
Casa hermandad de los Gitanos. Ésta se encuentra entre el diálogo que
establecen Muralla e Iglesia. A la muralla le debe su textura, y su color, de
quien lo toma prestado, al igual que su rotundidad. Con la Iglesia adquiere un
compromiso, la obligación de no restarle el protagonismo que ésta merece. Por
ello, su presencia es neutra, de huecos sencillos, proporcionados, estudiados.
Huecos donde los necesita.
PATIO Y VACIO. De las leyendas de la Sevilla
intemporal podemos rescatar, una, citada por Joaquín Hazañas y la Rúa en el
ensayo titulado “La casa Sevillana” que relata órdenes dadas por un noble
de la ciudad a su arquitecto sobre su futura casa: “hágame un patio, y si queda
espacio construya estancias”. Evidentemente es una caricatura, pero
también es un elogio a la figura del patio en la configuración del espacio
interior de la casa sevillana. Con esto, queremos poner en valor la estrategia
de ubicación de los patios en nuestra propuesta. Dos espacios libres que
funcionan de maneras muy diferentes, y que son capaces de ejercer influencia en
los espacios que los circundan.
En el caso del espacio de
museo, concebido como un vacío, se utiliza la obligación de introducir una
cuantía de metros de espacio libre de parcela, según el Plan Especial, para
ubicar programa útil. El hecho de que los pasos se sitúen sin un techo
reconocible, también le confiere algo de divino, de apertura al cielo.
Entendemos que la escala de las imágenes en sus pasos está hecha para verlas en
Iglesias, y no en edificios de altura entre plantas convencionales. Por eso
queremos devolverle al museo un volumen acorde con las necesidades.
El patio atraviesa el edificio
de planta sótano a cubierta, y comparte ubicación con el vestíbulo. Esto hace
que el patio se configure como un elemento que permite un registro visual de
todas las plantas desde el mismo momento en que se hace el ingreso al edificio.
En la planta sótano, el patio se puede abrir y compartir espacio con el salón
donde se desarrolla el bar. En la planta primera, un hueco en fachada permite
una terraza que interpreta la idea de balcón a interior, y que favorece desde
el punto de vista climático la circulación de aire.
Coautores: Juan Carlos Herrera, Fernando Garrido y Davide Olivieri